EL RICO Y LÁZARO Lee Lucas 16:19 al 31.
¿Por qué esta historia no es una descripción literal de la vida después de la muerte?
Algunos eruditos sugieren que Lucas 16:19 al 31 debe interpretarse literalmente, es decir, como una descripción del estado de los muertos. Pero esta postura llevaría a varias conclusiones no bíblicas y contradeciría muchos de los pasajes que ya hemos visto. En primer lugar, tendríamos que admitir que el cielo y el infierno están lo suficientemente cerca como para permitir una conversación entre los habitantes de ambos lugares (Lucas 16:23–31).
También tendríamos que suponer que, en el más allá, mientras que el cuerpo yace en la tumba, queda una forma consciente del alma espiritual con “ojos”, un “dedo”, una “lengua”, y que hasta tiene sed (Lucas 16:23, 24). Si este pasaje fuera una descripción del estado del ser humano en la muerte, entonces el cielo sin duda no sería un lugar de gozo y felicidad, porque los salvos podrían seguir de cerca los sufrimientos interminables de sus seres queridos perdidos, e incluso dialogar con ellos (Lucas 16:23–31). ¿Cómo podría una madre ser feliz en el cielo mientras contempla las incesantes agonías de su amado hijo en el infierno? En ese contexto, sería prácticamente imposible que se cumpliera la promesa de Dios de que no habrá más tristeza, llanto ni dolor (Apocalipsis 21:4).
Debido a esas incoherencias, muchos eruditos bíblicos modernos consideran que la historia del hombre rico y Lázaro es una parábola en la que no todos los detalles pueden interpretarse literalmente. George E. Ladd, si bien no es adventista, claramente parecería que lo fuera cuando dice que esta historia probablemente era “una parábola que hizo uso del pensamiento judío contemporáneo y no pretende enseñar nada sobre el estado de los muertos” (G. E. Ladd, “Eschatology”, en The New Bible Dictionary, editado por J. D. Douglas, p. 388).
La parábola del rico y Lázaro presenta un marcado contraste entre un “hombre rico” bien vestido y “un mendigo llamado Lázaro [...] lleno de llagas” (Lucas 16:19, 20).
El relato enseña que (1) el estatus y el reconocimiento social en la actualidad no son los criterios para la recompensa futura, y (2) el destino eterno de cada persona se decide en esta vida, y no se puede revertir en la otra vida (Lucas 16:25, 26). “Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31).
¿Qué mensaje de las poderosas palabras de Jesús debemos considerar con respecto a la autoridad de la Biblia y cómo respondemos a ella?
“En la parábola del hombre rico y Lázaro, Cristo muestra que los seres humanos deciden
su destino eterno en esta vida. La gracia de Dios se ofrece a cada alma durante este tiempo
de gracia. Pero, si malgastan sus oportunidades en la complacencia del yo, se amputan de la
vida eterna. No se les concederá ningún tiempo de prueba complementario. Por su propia
elección han constituido una gran sima infranqueable entre ellos y su Dios” (PVGM 207).
HOY [...] CONMIGO EN EL PARAÍSO”
Uno de los pasajes bíblicos más utilizados para tratar de probar la inmortalidad del alma es
Lucas 23:43: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso”. Casi todas las versiones de la Biblia (hay algunas excepciones) traducen este
versículo en forma similar, y dan la impresión de que el mismo día que Cristo murió Jesús y
el ladrón estarían juntos en el Paraíso. Esto no debería sorprendernos, porque esas
traducciones fueron hechas por eruditos bíblicos que creen en el dogma de la inmortalidad
natural del alma. Pero ¿es esta la mejor traducción del texto?
Compara Lucas 23:43 con Juan 20:17 y Juan 14:1 al 3. ¿Cómo debe entenderse la
promesa al ladrón arrepentido en la cruz a la luz de las palabras de Jesús dirigidas a
María Magdalena y la promesa que les hizo a los discípulos?
La suposición de que Cristo y el ladrón fueron al Paraíso (o cielo) ese mismo día
contradice las palabras de Jesús a María Magdalena después de resucitar, que afirman que
aún él no había subido a la presencia de su Padre celestial (Juan 20:17). Este error, de que
tanto Jesús como el ladrón arrepentido fueron al cielo ese día, también contradice la
promesa de Jesús a sus discípulos de que los llevaría al cielo recién en su segunda venida
(Juan 14:1-3).
La cuestión en Lucas 23:43 es si el adverbio “hoy” (griego sēmeron) debe vincularse con
el verbo que lo sigue (“estar”) o con el verbo que lo precede (“decir”).
Wilson Paroschi
reconoce que, “desde el punto de vista gramatical”, es prácticamente imposible determinar
la alternativa correcta. “Sin embargo, Lucas tiene una clara tendencia a usar este adverbio
con el verbo precedente. Esto sucede en 14 de las 20 apariciones de sēmeron en Lucas y
Hechos” (W. Paroschi, “The Significance of a Comma: An Analysis of Luke 23:43”, p. 7).
Por ende, la lectura más natural de Lucas 23:43 sería: “De cierto te digo hoy que estarás
conmigo en el paraíso”. En este caso, la expresión idiomática “te digo hoy” enfatiza la
relevancia y la solemnidad de la declaración “estarás conmigo en el paraíso”. En resumen,
Jesús le estaba prometiendo, en ese mismo momento, que sería salvo.
Lee la historia del ladrón arrepentido (Lucas 23:39-43), a quien, a pesar de su
pecado, a pesar de que no tenía nada que ofrecer a Dios, Cristo le prometió la vida
eterna.
¿De qué manera poderosa esta historia revela la gran verdad de la salvación
solo por la fe? ¿De qué manera somos como ese ladrón? ¿En qué nos
diferenciamos?
“PARTIR Y ESTAR CON CRISTO”
Lee Filipenses 1:21 al 24 y 1 Tesalonicenses 4:13 al 18.
¿Cuándo esperaba Pablo estar
“con Cristo” (Filipenses 1:23) y “con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17)?
Lo que impulsó a Pablo fue la pasión de vivir “en Cristo” ahora (2 Corintios 5:17) y “con
Cristo” después de su segunda venida (ver 1 Tes. 4:17). Para el apóstol, ni siquiera la muerte
podía poner fin a la seguridad de pertenecer a su Salvador y Señor. Como dijo en la Epístola
a los Romanos: “Ni la muerte, ni la vida” pueden “separar[nos] del amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39). “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si
morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor
somos” (Romanos 14:8).
Con esta certeza en mente, Pablo habló de los creyentes que ya habían muerto como “los
que durmieron en Jesús” (1 Tesalonicenses 4:14, RVA), y que resucitarán en la segunda venida de
Cristo para recibir la vida eterna (1 Corintios 15:16-18; 1 Tesalonicenses 4:13-18).
Cuando Pablo mencionó su “deseo de partir y estar con Cristo” (Filipenses 1:23), ¿insinuó que
después de la muerte su alma partiría para vivir con Cristo en forma consciente? En
absoluto. Este versículo es la exteriorización del deseo de Pablo de dejar esta existencia
problemática y gozar de la presencia de Cristo, sin tomar en cuenta el lapso de tiempo que
pueda transcurrir entre esos dos sucesos. El versículo no enseña que Pablo esperaba ir al
cielo al morir, pues él mismo afirma que no recibiría su recompensa hasta la segunda venida
de Cristo (2 Timoteo 4:8).
En resumen, Pablo está diciendo “que, después de partir (morir), lo próximo que Pablo
sabrá es que Cristo viene en las nubes de los cielos para resucitar a los muertos, y ‘así estar
siempre con el Señor’ (1 Tesalonicenses 4:17). Los autores bíblicos en ocasiones se refieren
conjuntamente a dos sucesos muy separados en el tiempo” (BEA 1480).
Pero ¿por qué Pablo preferiría morir antes que vivir?
Porque entonces finalmente podría
descansar de todos sus problemas, sin necesidad de sufrir más dolor de cuerpo (1 Corintios 9:27).
Y lo haría con la plena certeza de que recibiría “la corona de justicia” en la Segunda Venida
(2 Timoteo 4:6-8). Aunque desde luego Pablo no quería morir, sabía lo que ocurriría al
momento de morir.
Especialmente en tiempos difíciles, ¿quién no ha pensado en lo lindo que sería
cerrar los ojos al morir y, acto seguido, “estar con Cristo”? Este pensamiento,
¿cómo nos ayuda a comprender lo que Pablo expresó en Filipenses?
PREDICAR A LOS ESPÍRITUS ENCARCELADOS
Lee 1 Pedro 3:13 al 20. ¿Cómo es que Cristo “predicó a los espíritus encarcelados,
[...] en los días de Noé”? (Ver también Génesis 4:10.)
Los comentaristas que creen en la inmortalidad natural del alma generalmente señalan que
Cristo predicó “a los espíritus encarcelados” (1 Pedro 3:19) mientras aún descansaba en la
tumba. Para ellos, su espíritu desencarnado fue al infierno y predicó a los espíritus
incorpóreos de los antediluvianos.
Sin embargo, esta idea fantástica es bíblicamente inaceptable porque no hay una segunda
oportunidad de salvación para los muertos (Hebreos 9:27, 28).
Entonces, ¿por qué Jesús les
predicaría a quienes ya no tenían más posibilidades de salvación?
Paralelamente y, ante todo, esta teoría contradice la enseñanza bíblica de que los muertos
permanecen inconscientes en la tumba hasta la resurrección final (Job 14:10-12; Sal. 146:4;
Eclesiastés 9:5, 10; 1 Corintios 15:16-18; 1 Tes. 4:13-15).
Además, si este versículo realmente dijera que Jesús, mientras estuvo en la tumba, bajó al
infierno a predicar a los antediluvianos malvados, ¿por qué solo ellos escucharon el
mensaje? ¿No había otros perdidos que ardían en el infierno junto con ellos? ¿Por qué solo
los antediluvianos lo escucharon predicar?
También es absurdo sugerir que Cristo predicó a los ángeles caídos que habían sido
desobedientes en los días de Noé. Mientras que a los “espíritus encarcelados” se los describe
como desobedientes “en otro tiempo” (1 Pedro 3:19, 20), la Biblia dice que los ángeles malos
permanecen siendo desobedientes en la actualidad (Efe. 6:12; 1 Pedro 5:8). Además, los
ángeles caídos están “guardado[s] bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del
gran día” (Judas 6), sin ninguna oportunidad de salvación.
Debemos observar que, en 1 Pedro 3, los “espíritus encarcelados” del versículo 19 se
identifican en el versículo 20 como los antediluvianos que “desobedecieron” en los “días de
Noé”. El término espíritu (griego, pneuma) se utiliza en este texto, y en otras partes del
Nuevo Testamento (1 Corintios 16:18; Gálatas 6:18), en referencia a los vivos que pueden escuchar
y aceptar la invitación de la salvación. La expresión “encarcelados” obviamente no se refiere
a una prisión literal, sino a la prisión del pecado en la que se encuentra la naturaleza humana
no regenerada (Romanos 6:1–23; 7:7–25).
La predicación de Cristo a los antediluvianos impenitentes se realizó mediante Noé, a
quien Dios instruyó divinamente (Hebreos 11:7) y se convirtió en un “pregonero de justicia”
para sus contemporáneos (2 Pedro 2:5). Los versículos de Pedro se escribieron en el contexto
de lo que significa ser fiel; no son un comentario sobre el estado de los muertos.
LAS ALMAS BAJO EL ALTAR
Lee Apocalipsis 6:9 al 11. ¿Cómo pueden las “almas” de los mártires muertos clamar
“bajo el altar”?
La apertura del quinto sello apocalíptico revela una escena inusual: Las almas de los
mártires aparecen metafóricamente “bajo el altar” clamando a Dios por venganza (Apocalipsis 6:9-11). Algunos comentaristas se inclinan a identificar este “altar” como el Altar del
Incienso mencionado bajo el séptimo sello (Apocalipsis 8:1-6). Pero la referencia a la “sangre” (y
no al “incienso”) en Apocalipsis 6:9 al 11 nos lleva a entender una alusión al Altar del
Holocausto, donde se derramaba la sangre de los sacrificios (Lev. 4:18, 30, 34). Así como la
sangre de esos sacrificios se solía rociar alrededor del Altar, así también la sangre de los
mártires se derramó simbólicamente en el Altar de Dios cuando perdieron la vida por
permanecer fieles a la palabra de Dios y al testimonio de Jesús (Apocalipsis 6:9; ver también
Apocalipsis 12:17; 14:12),
Las “almas” bajo el altar también son simbólicas.
Si tomamos esta expresión en forma
literal, tendríamos que concluir que los mártires no son plenamente felices en el cielo,
porque todavía están clamando por venganza. Esto difícilmente suene como si estuvieran
disfrutando de la recompensa de la salvación. El deseo de venganza puede hacer que tu vida
sea miserable. Pero ¿tu muerte también?
Además, es importante recordar que Juan no recibió una visión del cielo como este es
realmente. “Allí no hay caballos blancos, bermejos, negros o pálidos, montados por jinetes
belicosos. Jesús no está en el cielo en la forma de un cordero con una sangrante herida de
cuchillo. Los cuatro seres vivientes no representan criaturas aladas reales con características
de animales. [...] Tampoco hay allí ‘almas’ que yacen en la base de un altar. Toda la escena
fue una representación gráfica y simbólica” (CBA 7:794).
George E. Ladd, un autor no adventista (que de nuevo suena como adventista), escribió:
“En este caso [Apocalipsis 6:9-11], el altar evidentemente es el Altar del Sacrificio, donde se
derramaba la sangre del sacrificio. El hecho de que Juan viera las almas de los mártires bajo
el altar no tiene nada que ver con el estado de los muertos ni con su situación en el estado
intermedio; es simplemente una forma vívida de representar el hecho de que fueron
martirizados en el nombre de su Dios” (A Commentary on the Revelation of John, p. 103).
“Cuando estos cristianos primitivos eran desterrados a las montañas y los desiertos,
cuando en las mazmorras se los dejaba morir de hambre, frío y tortura, cuando el martirio
parecía la única manera de escapar de su angustia, se regocijaban de que eran tenidos por
dignos de sufrir para Cristo, quien había sido crucificado en su favor. Su ejemplo será un
consuelo y estímulo para el pueblo de Dios que sufrirá un tiempo de angustia como nunca lo
hubo” (5TI, 98).
¿Quién (especialmente aquellos que han sido víctimas de injusticias) no ha clamado
por justicia, que aún no ha llegado? ¿Por qué debemos confiar por fe en que, en
última instancia, la justicia, que tanta falta hace en este mundo, llegará? ¿Qué
consuelo te da esta maravillosa promesa?
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