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El que gasta tiempo en su devoción, ahorra tiempo en su acción.
Alberto, un joven cristiano, estaba preparándose para un viaje de vacaciones. Su amigo Gustavo vino a buscarlo y le preguntó:
* Un mapa
* Una lámpara
* Una brújula
* Un espejo
* Una cesta de comida
* Algunos libros de poesía
* Algunas biografías
* Una colección de cartas antiguas
* Un libro de cantos
* Un libro de historias
* Un metro
* Un plomada
* Un martillo
* Una espada
* Un casco
En efecto, la Biblia es la concentración de diversos elementos necesarios para la vida humana: esperanza, guía, verdad, luz, reflexión, etc.
Por eso es un libro tan extraordinario, que difícilmente conseguimos imaginar la historia humana sin este tesoro inmensurable.
LOS BENEFICIOS ESPIRITUALES DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA
Como lo afirman Howard y William Hendricks, el estudio de la Biblia no es opcional, sino esencial.
Obviamente, su lectura es esencial para la vida espiritual; en este sentido, los beneficios ocurren en tres direcciones.
El estudio de la Biblia es esencial para crecer
De acuerdo con el apóstol Pedro, el estudio de la Palabra proporciona crecimiento.
Así lo expresa en 1 Pedro 2:2: “deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación” (NVI).
De este versículo se deben destacar tres palabras.
La primera es como, que indica actitud. Para el recién nacido, buscar el pecho de su mamá o la mamadera es algo natural, necesario para el sustento físico; del mismo modo, dice el apóstol, el cristiano necesita desarrollar la actitud natural de buscar, querer, el libro sagrado, para el sustento espiritual.
La segunda palabra que merece ser destacada es deseen, que indica voluntad y apetito; más que eso: es “anhelar”, “desear mucho”, atribuyéndole un sentido intensivo.
Así como el niño desea alimentarse con leche materna, el cristiano se alimenta de la Escritura, y lo hace con un deseo intenso, sabiendo que de esta forma crece a la estatura de Cristo.
En tercer lugar, destaco la expresión así, la cual indica un blanco, un objetivo. Según el apóstol, el objetivo es el crecimiento para la salvación.
Es importante notar que el texto sagrado no dice que el blanco de alimentarse de la Palabra es conocer, sino crecer.
Ciertamente, no podemos crecer sin conocer la Sagrada Escritura, aunque podamos conocerla y no crecer. ¿Cómo?
Hay personas para quienes la Biblia es apenas una fuente de curiosidad; el resultado es que esas personas se vuelven pecadores iluminados, solo eso.
Otras personas encaran la Palabra como normativa, y reciben a Cristo como Salvador; como resultado, esas personas crecen a la estatura del Salvador.
El estudio de la Biblia es esencial para la madurez espiritual.
Además de ser esencial para el crecimiento, la Palabra de Dios cumple otro papel fundamental en la vida del cristiano, de acuerdo a lo explicado por el apóstol Pablo en Hebreos 5:11-14:
“Sobre este tema [Cristo] tenemos mucho que decir aunque es difícil explicarlo, porque a ustedes lo que les entra por un oído les sale por el otro. En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo [...]” (NVI)).
El escritor bíblico afirma que tiene mucho contenido para comunicar, pero es difícil explicarlo y la dificultad no proviene de problemas en el proceso de la revelación. No. Las dificultades surgieron debido a la lentitud del aprendizaje de los receptores del mensaje.
Por lo tanto, la palabra clave en este pasaje es TIEMPO: con el pasar del tiempo los hijos de Dios deben salir de la inmadurez hacia la madurez, de la leche al alimento sólido.
¿Y cómo puede discernirse esa madurez?
Por la aptitud para discernir tanto el bien como el mal. De este modo, la “Marca de la madurez espiritual no es cuánto sabemos, sino cuánto utilizamos. En el reino espiritual, lo opuesto a la ignorancia no es conocimiento sino obediencia”.
El estudio de la Biblia es esencial para la eficacia espiritual
El tercer beneficio espiritual que se obtiene del estudio de la Biblia está registrado en 2 Timoteo 3:16-17:
"Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra." (NVI).
El apóstol Pablo escribe desde la perspectiva hebrea de educación; en este sentido, su comprensión de enseñanza y aprendizaje no estaba ligada meramente al conocimiento o preparación intelectual de la vida humana.
Obviamente, esos elementos eran considerados importantes, pero el blanco final del proceso educativo era una vida espiritual eficaz, manifestada por un comportamiento santo y un estilo de vida que reflejara la acción de Dios en la vida, transformándola.
LOS BENEFICIOS INTELECTUALES DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA
Sin embargo, el beneficio del estudio de la Biblia no se limita al ámbito religioso o espiritual.
Elena de White afirma, categóricamente:
“Como medio de educación intelectual, la Biblia es más eficaz que cualquier otro libro o que todos los demás libros juntos”.
Esta afirmación es sorprendente. Es posible que algunas personas digan: “No tengo dudas de la importancia de la Biblia, para mi vida espiritual. Pero, ¿Cómo puede ayudarme en mi cognición, en mi inteligencia?”.
De acuerdo con Elena de White, la contribución intelectual de la Biblia se basa en tres características de la Escritura:
“La grandeza de sus temas, la elevada sencillez de sus expresiones, la belleza de sus figuras”.
Cuando analizamos esa declaración, notamos la riqueza oculta en una declaración tan sincera.
Vamos pensar en cada uno de estos puntos.
En cuanto a la grandeza de los temas de la Biblia, podemos afirmar que se exige esfuerzo intelectual complejo en la sistematización de sus asuntos: conocimiento (información), comprensión (entendimiento), aplicación (práctica), análisis (diferenciación de las partes), síntesis (esquematización), evaluación (juicio de valor).
Como ejemplo, podemos citar el esfuerzo necesario para la comprensión de temas amplios, grandiosos, como la lucha entre el bien y el mal; en este caso, no basta apenas dominar la información de lo que significa la lucha entre el bien y el mal, pues su comprensión exige síntesis e inclusive evaluación.
Además, nuestra mente se expande ante la variedad de los temas bíblicos (polifonía), mientras los “libros académicos” abordan solo un tópico (monofonía).
Incluso: en libros comunes, las ideas se encuentran entre el texto; en la Biblia, se nos lleva a un contexto más amplio, diferente del nuestro, y este ejercicio, por ser complejo y desafiante, actúa como un estímulo para la inteligencia.
También es importante observar que mientras en un libro común el lector tiene un ambiente o contexto, la Biblia nos coloca ante 66 contextos diferentes, lo que requiere relacionar las partes y contextos para comprenderlas, lo que exige una mirada restricta y una globalizada.
El profesor Sikberto Marks nos recuerda que la lectura de la Biblia permite la práctica de diversas estrategias que desarrollan el intelecto:
- Meditación (atención intensa del espíritu sobre un asunto).
- Reflexión (examen de consciencia, que desarrolla el sentido crítico y subyuga la ingenuidad).
- Observación (examen atento y minucioso).
- Comparación (confrontación de ideas).
- Cultivo y perfeccionamiento de principios (los principios son la esencia del gobierno de la mente).
En relación a la sencillez de las declaraciones bíblicas, podemos afirmar que, por increíble que parezca, la sencillez exige un “razonamiento doble” primero para comprender lo difícil, y después para “traducirlo” a un lenguaje comprensible, común.
Eso significa que hablar difícil es fácil, lo difícil es hablar fácil.
Lo importante es que las declaraciones sencillas armonizan con la vida diaria, de modo que la lectura de la Biblia nos hace capaces de una comprensión mejor de la vida “compleja” y de la vida “común”.
Imagine la sencillez, y al mismo tiempo la profundidad escondida en versículos como “Jehová es mi pastor, nada me faltará”. O “el reino de los cielos es semejante a la levadura”. O también “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Al mismo tiempo en que esas afirmaciones sugieren cosas fácilmente comprensibles, como el cuidado de Dios por nosotros o la manera como Dios trabaja en nuestra vida, es también verdad que ellas nos colocan ante temas profundos:
¿Por qué a veces, aparentemente, Dios cuida de unos y no de otros?
¿Por qué Dios alcanza rápidamente el corazón de unos, mientras que otros demoran tanto en entregarse a él?
Finalmente, otra característica de la Escritura que contribuye al desarrollo de nuestro intelecto es la belleza de sus imágenes.
Las diversas metáforas y parábolas de la Biblia, verdaderas imágenes mentales, exigen, por su riqueza, bastante esfuerzo para su comprensión y aplicación.
Por otro lado, los temas profundos y espirituales son más comprensibles y concretos por las imágenes que presenta la Biblia, y ayudan a fijar el conocimiento.
Es muy bueno saber que la Palabra nos hace más maduros tanto en la perspectiva espiritual como en la cognitiva. Sin embargo, para que eso sea posible es necesario dedicarle tiempo.
MEDITACIÓN EN LA PALABRA DE DIOS
En la sociedad agitada y apresurada en la que vivimos cada vez es más difícil desacelerar el paso.
La orden es: ¡Seamos rápidos!
De tal forma que, la rapidez llegó a ser sinónimo de productividad y éxito. Entre tanto, la orientación bíblica es que dediquemos tiempo a reflexionar, razonar y meditar. Y eso no combina con una vida agitada.
El consejo de Dios en Josué 1:8 es muy claro:
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”.
Pero, ¿Qué significa meditar?
La palabra hebrea hagah, traducida en Josué 1:8 como meditar, significa literalmente “murmurar”, “balbucear”.
El razonamiento es el siguiente: cuando alguien “balbucea” continuamente la Palabra de Dios, piensa constantemente en ella.
Es como si la persona estuviera todo el tiempo hablando de la Escritura en un tono bajo, suave. Al actuar así, la persona articula, habla.
En consecuencia, meditar implica estudiar, reflexionar, pensar en la Escritura, llenar la mente y la boca con ella.
Entonces podemos afirmar que meditar es:
Estudiar la Palabra. Esto significa aplicar el intelecto, la memoria, el “espíritu”, a la adquisición de conocimiento.
Es el ejercicio en el cual dedicamos toda nuestra cognición en la comprensión de la Palabra de Dios.
Estudiar es estar abierto a las informaciones, curiosidades, desafíos, propuestas que Dios nos hace mediante la Revelación.
Reflexionar en la Palabra. No basta leer o estudiar lo que la Biblia dice; es necesario considerar, ponderar, razonar. Reflexionar es pensar con seriedad a fin de obtener prudencia y juicio.
Reflexionar es detenerse con calma en las orientaciones divinas, con el propósito de efectivizarlas mejor en la vida diaria.
Hablar la Palabra. Al estudiar la Palabra, al reflexionar en sus enseñanzas, al imaginarnos en sus escenarios, con seguridad nos sentiremos impulsados a querer guardar en la memoria diversos versículos, o capítulos.
En el proceso de memorizar porciones bíblicas nos puede ayudar el consejo de Deuteronomio 6:7, donde se nos insta a hablar, repetir, declarar la Palabra. Cuanto más hablamos de la Palabra, más familiar se hará para nosotros, y mucho más fácil será guardarla en nuestra mente, lo que era el gran deseo del salmista. Salmo 119:11.
Pensar a partir de la Palabra. El resultado final de este proceso es que la Palabra se convierte en una especie de “molde” de nuestros pensamientos, una referencia.
Nuestro modo de pensar comenzará a construirse a partir de lo que leemos en la Escritura. Entonces, nuestras acciones estarán impactadas por nuestros pensamientos.
¿Lo hacemos más práctico?
A continuación presento 4 sugerencias para formar el hábito de meditar en la Palabra de Dios.
1. Lea la Biblia. Separe tiempo diario, preferentemente en la primera hora de la mañana. Establezca esto como una prioridad innegociable.
En este momento, que pueden ser veinte minutos o una hora, lea el texto previamente elegido: ya sea el de Reavivados por su Palabra, el Año Bíblico o alguna otra sugerencia.
2. Reflexione en lo que terminó de leer. Después de efectuar la lectura, piense con calma en lo que leyó. Piense en la historia, en las palabras, en las figuras, en las personas involucradas. Encuentre respuestas a los problemas formulados.
3. Lea la Biblia en voz alta. El culto familiar es un buen momento para la lectura de textos bíblicos seleccionados, la lectura de la Palabra podrá facilitar el aprendizaje y, si es necesario, provocará profundas reformas espirituales, como ocurrió en la época del reinado de Josías (2 Crónicas 34:18-33).
4. Piense y viva diferente. Recuerde que la Palabra no nos fue dada solo para informarnos sino para transformarnos. Por eso asimile los principios y verdades aprendidos, y esfuércese para colocarlos en prácrica inmediatamente. Eso será posible por la gracia de Dios y en respuesta a su amor.
CONCLUSIÓN
La Biblia es un libro singular, y esa unicidad señala su origen divino. La singularidad de la Escritura puede verificarse por lo menos en cuatro aspectos:
Primero, es singular en su producción. Aunque es un solo libro está formado por varios libros. Además, no es solo una colección de historias, cartas o poesías. Es una unidad perfecta, progresiva y armoniosa, que siempre gira en torno de un asunto y una persona: la salvación en Jesús.
Y con una diferencia abismal con otros libros, la Biblia fue escrita en aproximadamente 1500 años, en tres idiomas diferentes, en tres continentes diferentes y por autores fantásticamente diversos, entre los cuales un constructor de carpas, un médico, dos carpinteros, dos pescadores, algunos reyes, un oficial de la nobleza, etc.
Segundo, ella es singular en su preservación. Probablemente sea el libro más perseguido de toda la historia del mundo. De hecho, muchos intentaron prohibirla y destruirla, pero sus esfuerzos fueron en vano. Es un yunque que desmenuzó muchos martillos.
Tercero, es singular en sus proclamaciones. En la época de su escritura, más de un cuarto de su contenido era profético, la mayor parte ya se cumplió con asombrosa precisión. Sus temas abarcan desde el bien al mal, del Creador a la criatura, del pasado al futuro, pasando por el presente.
Finalmente, es singular por su resultado. Como ningún otro libro, la Biblia influenció e influye profundamente la cultura, el pensamiento y la historia del mundo, modelando el arte, la música, la moral, la oratoria, la ley, la política, la filosofía y la literatura. Además de influir a personas, por supuesto.
En nuestra condición de cristianos, de hijos e hijas de Dios, es nuestro deber conocer la Palabra de Dios.
Como afirman Rick y Shera Melick, necesitamos tener éxito como intérpretes de la Biblia.
Así, “considerando que la Biblia es la fuente primaria de instrucción, es necesario comprender su mensaje. Eso incluye saber lo que ella significaba en los días cuando fue escrita, como también saber su significado para los lectores y oyentes de hoy”.
Para que eso sea posible, es necesario estudiarla con seriedad y compromiso, dedicándole todo nuestro intelecto, dirigido por el intérprete el Espíritu Santo.
Por su riqueza y alcance, la Escritura hace más que solo hablar a nuestro intelecto, sensibiliza nuestra voluntad y provoca en nosotros el deseo de realizar cambios.
Hace eso porque es la Palabra de Dios. Tan grande es su impacto y poder, que hace su trabajo en el tiempo oportuno.
Como dice el profeta Isaías, no vuelve a Dios sin resultado (vacía) sino que hace lo que determina su voluntad (Isaías 55:11).
Ante un libro tan especial, el don del Cielo a la Tierra, ¿Qué podemos hacer?
Tenemos solo una alternativa correcta: estudiarla, amarla y seguir sus preceptos.
Sea tan claro como lo es la Biblia; nada menos, nada mayor, ni nada más.
Como dice Josué 1:8, “Meditar en ella día y noche”.